lunes, 15 de abril de 2013

Una batalla contra Eolo, en mi cala preferida

Tenía ganas de playa y, ayer, una fuerza poderosa se quiso adueñar de mi tiempo ofreciéndome a cambio la posibilidad de disfrutar de mi primer baño de sol de la temporada; aunque con ciertas reservas tipo: 'nada de baño' por la hora, y también por el viento, que reinaba en plan autócrata, haciéndose notar y restándole relevancia al sol, que lucía feliz y juguetón entre las nubes que iban y venían a merced de Eolo.

En estas estaba, en un lugar de la playa donde nadie advertiría a una persona de mi edad, intentando broncearse el 98% de su cuerpo para desterrar de plano y por adelantado cualquier marca que a posteriori delatara mi tipo de traje de baño preferido y de paso, bien morena, disimular mis kilos de más.

Como últimamente me he abonado a la degustación de las infusiones por aquello de ocupar mis tiempos otrora menos saludables; pues llené un termo con una infusión de manzanilla con sabor a anís, intensificando más aún su sabor con un añadido chorreón para que tuviera su pizca de gracia. Esta simpleza de bebida es la que me está sirviendo últimamente para hidratarme y suplir esos vacíos de tiempo que son tan importantes cuando has estado fumando durante más de treinta años y decides abandonar el hábito. 
Junto con el termo me llevé liadas un par de galletas de mantequilla  en una servilleta de papel pero firmemente envueltas, a su vez, en un pedazo de aluminio (nada de llevarse el paquete porque queda mucho más tripero y, a la postre, tentador)

Llegó el momento de la mini-merienda y el viento, caprichoso de narices, quiso arrancarme de entre mis dedos el papel de aluminio en el que envolví cuidadosamente esas dos galletas, tan tímidas y escuetas como su dueña a la hora de ponerse en pié, como si de un  resorte se tratara; sin aspavientos e intentando controlar el zafarrancho una vez erguida toda su anatomía, que segundos antes, se hallaba segura y exenta de miradas, al estar discretamente mimetizada con la arena. 

Pensé ¡¡¡quédate ahí que te pillo, no seas cabrón pedazo de papel nimio pero indestructible, y no vayas a salir volando!!!; justo estaba pensando esto último cuando el papel salió disparado, recorriendo cuatro metros en unos odiosos segundos, hacia las olas, que rugían rompiendo con toda su fuerza en la orilla!! 

¡Tierra trágame! y ahora..., tenía que pasar la prueba de fuego, yendo, pies p'a que os quiero, corriendo tras el papel; así, sin pareo ni elemento liviano que protegiera mi cabeza aterida de bochorno; pero con toda la energía para evitar que se fuera mar adentro. ¡Zasca! , y lo pillé.

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