miércoles, 24 de octubre de 2012

Trimando velas

Tengo la sensación de que mi viaje reciente fue hace ya tiempo (tan solo han pasado cuatro días de mi regreso) y, pienso, sin saudade y con toda la objetividad de la que soy capaz, se podría deber a la intensidad y las ganas también, con la que se viven los primeros días una vez que se aterriza: familia, amigos, poner la agenda al día de asuntos pendientes, proyectos a corto y medio plazo, trabajo...........Toda la carne en el asador, plena de fuerza y ganas; un reinicio tras vacaciones, que nos ponen el contador a cero y, con un reseteado óptimo para vivir el día a día.

Me pregunto, si es que existe algún dispositivo en el cerebro humano que avive nuestra realidad inmediata, haciendo al mismo tiempo de corta fuegos con el pasado reciente (relativizándolo y dándole la importancia justa), para otorgar a nuestro presente esa prioridad necesaria, casi urgente, con el fin de embestir con fuerza sin dejarnos nada atrás. 
¿Se tratará de un mecanismo racional, o instintivo, para pasar página sin conmiseración teniendo claro que lo que está, y es hoy, es lo que cuenta? 
Será lo que tenga que ser, no me importa mucho esta cuestión aunque sí la convicción de que para comenzar hay que estar fuertes. Comenzar, o, continuar. Da igual 

Dejamos fluir y nos soltamos  cuando nuestra nave va enrolada, pero mientras navegamos, hay que trimar velas, modificar trapo según viento, desviarse o ajustar rumbo, estar ojo avizor y prestos a cualquier señal que amenace o ayude, para evitarla o aprovecharla. La nave (nosotras/os) no puede tener vías de agua, debe estar óptima para timonearla. En la vida el piloto automático no puede funcionar porque no existe, pero sí existen mapas, cartas naúticas, hojas de ruta que ayudan a llegar invictos.

Por todo esto que te comento, pienso que saber lo que queremos ayuda mucho. Yo diría que un montón. Improvisar no sirve de nada cuando se trata de perseguir un fin concreto, cuando queremos llegar a la meta propuesta. Bien es cierto que a Roma se llega por muchos caminos, pero a cada cual le va mejor el suyo, aunque se encuentre en las antípodas del de su vecina/no; diseñado, creado y pensado de forma exclusiva para cada uno en particular, porque el destino es el mismo siempre. Ser felices



domingo, 14 de octubre de 2012

Solo a veces, mejor por separado

Todo lo que sube baja y, todo lo que empieza acaba. Sin embargo, a veces, lo mejor es que ambas se den por separado. 

Ya me queda muy poco de vivir esta ciudad, y esta mañana, aunque no pensaba hacerlo, salí. Me dije que un domingo radiante de sol no podía desaprovecharlo. La actividad de la marcha, te aseguro, ha funcionado a diario; dos horas andando, de paseo rápido, han suplido, sin esfuerzo, el gimnasio que me endiño cuando no viajo; aunque siento que no así como cuando cojo la bici porque el pedaleo es otro cantar; resulta que aunque el tiempo que se emplee sea el mismo, se trabajan mucho más les jambes y la derrière. 

Tiré millas desde casa hacia la Corniche (unos 5 kms solo), en busca de uno de los cinco "Vide Greniers" (especie de rastros), que hoy domingo se instalaban en varios puntos de la ciudad; pero preferí ir al de Vallon des Auffes, por el lugar, barrio de pescadores situado en la Corniche, que me recuerda a mi "Algameca" cartagenera, con la variante de ser mucho más pequeño (minúsculo más bien). Se trata de un rincón tela pintoresco. 

Hasta llegar al destino escogido atravesé el puerto, atiborrado de embarcaciones de recreo, sus palos y obenques multiplicaban por mil la algarabía bien organizada de señales marineras y, conseguían de esa mar en calma, no solo ser el receptáculo de miles de reflejos diferentes y exclusivos; sino que le otorgaban un aire grácil y telúrico al mismo tiempo.

Nada más cruzar el puerto, pasé por el Fuerte de San Julián y, cercanas a éste, las campanas de la Iglesia de Saint Víctor tañían (era mediodía), seguramente para oficios religiosos y, en ese momento, la percepción de día festivo, me invadió de recuerdos y sensaciones risueñas e infantiles. Las campanas de las iglesias no escatiman en decibelios cuando pretenden hacerse notar. Las que suenan a fiesta, invaden el aire y lo contaminan de tal forma, que una fuerza expresa secuestra al paseante de sus ensimismamientos; llevan implícita tal fortaleza, que nos contagian de sus propios sentimientos y, tantos bríos, que nos suelen despertar de nuestro coma nocturno, en el sentido literal de la palabra.

A finales de semana, cuando el avión tome tierra en mi país, se aunarán sensaciones (de uno y otro lado) y, por tanto, veré multiplicados mis recuerdos. Se acoplarán en un todo, sin necesitar tan siquiera ser clasificados, porque todos y cada uno de ellos son los retazos de una misma historia.


Puerto de Marsella vestido de domingo

Vallon des Offes (puerto de pescadores)


sábado, 6 de octubre de 2012

Randevú

Acabo de llegar de turisteo todo el día. Hoy he ido a hacerle el randevú a Aix en Provence, ciudad situada a 40 kms al norte de Marsella; el encanto especial de la Provenza, de sus colores, rincones y, un día maravilloso de sol y buenas sensaciones, me ha transportado a otro mundo. Ha sido un lujazo para todos los sentidos.

Comiendo, pensaba que las lechugas de esta región tienen un porte y sabor especiales. No son lechugas corrientes, ni mucho menos. Siendo de variados colores, texturas y formas, se trata del ingrediente base de unas ensaladas deliciosas con todos los nutrientes deseables y necesarios como para ostentar el rango de dieta completísima. Por otra parte, y no menos importante, sus 'hojas' no se resisten al intentar cogerlas cuando, con el tenedor, haces el comedido rastreo para atrapar un buen bocado junto con los demás componentes de la misma; ni tampoco te ponen en el aprieto cuando, (a mi me ha pasado), te obligan a abrir la boca más de la cuenta. Al contrario, se doblegan a ese sencillo y, en ocasiones arduo, acto de confiscarle al plato el contenido de las hojas, cuyo objetivo tiene que ser solo el disfrute. Useasé, con placer y fluidez.

La ensalada tenía nombre de mujer "Justine" y os tengo que decir, que cuando terminé, creí tener la misma sensación de plenitud que cuando como cocido madrileño, con todos sus avíos, en mi tierra. Y es que, por algo, se dice que la cocina o el arte de cocinar es como la paleta de un pintor; se pueden mezclar tantos ingredientes como nuestra imaginación nos sugiera, y materias primas queramos incorporar. 

Pero hablando de colores y de paletas; cuando terminé la comida, rematando con un fantástico postre de chocolate; tiré millas para encontrarme con mis rincones preferidos -plazas con fuentes- dándome de bruces con la preciosa plaza  que alberga la Cathédrale de Saint-Sauveur, en donde toda ella, engalanada de puestos con pinturas al óleo y acuarelas de todas clases y estilos, era la viva esencia de la luz.

Otro nutriente más, ávido en emociones, como para volver hacerle otro randevú a esta parte de la Provenza