lunes, 2 de enero de 2012

¿Mejor imposible?

Me había trazado un plan para estrenar el 2012, a una hora razonable por los motivos que todos conocemos, pero más o menos temprano. Dicho plan consistía en dar un paseo entre pinos.

A primera hora encendí la tele esperando la apertura del concierto de Año Nuevo, que tras indagaciones previas por internés, me informó de la hora en que daría comienzo. 
Pero cuando llevaba una hora de concierto, me encontraba enganchada, babeando, y silbando como una posesa, a las órdenes de Mariss Jansons, las obras más popularmente conocidas de  Strauss y con una especie de plétora interna e incontinente de mis emociones. 

Abocada por la situación, tenía que modificar planes, iría entonces en bici a dar un voltio por la ciudad y aprovechar el paseo para estar un rato al "lorenzo" con la madre que me parió. 
Cuando me fui a dar cuenta, ya eran las del mediodía, bien pasadas, mis emociones vibrando centelleantes, y  sin  encontrar un huequin de minutos, tan siquiera, para subir al terrao y tender una lavadora. ¡Como perderme una sola nota!. 
A todo esto, el aspirador me miraba tedioso y con un punto de recelo por no haberle dado esa  vidilla que le prometí hace días y que le enloquece cuando le enchufan los 220v.

El conciertazo se encontraba en el culmen del entusiasmo y alegría, transmitidos por las polcas y marchas bajo la batuta de un director absolutamente entregado, al tiempo que acompañadas con unas imágenes maravillosas (incluido el Ballet de Viena), ayudaban a que no pudiera despegar el culo del sofá. 


El final, maravilloso, con la intervención del público haciendo palmas al ritmo de una marcha conocida, esto ya me dejó desmadejada, y como no sin hora para poder llevar a cabo ningún otro plan que no fuera comer, por supuesto las sobras de la cena de Nochevieja con una birra que partió la pana.

Pensaba, al hilo de lo sucedido, en el poder de la música, en la cantidad de emociones que nos transmiten y en esa capacidad benefactora de envolvernos hasta hacernos suyos y mejores.


En esa especie de suerte que tuve de encender la caja, y como no en la posibilidad, de momento inevitable, de hacer lo que me salió del mango o,.... de la manga.


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