miércoles, 25 de enero de 2012

Desde la otra orilla

A veces, sentada bajo el mango, veo pasar niños y niñas con marcas en sus cuerpines,  señales que jamás se irán, se trata de cicatrices de quemaduras, que unas veces les incapacita para andar y jugar, y en otras, las menos, les pone de manifiesto en la "cara" la huella de un suceso fatal que les estigmatiza de por vida, aunque eso sí, sin poder borrar, jamás, el precioso brillo de sus ojos. 

En Guinea Bissau, al igual que en casi todos los países africanos, el fuego es un elemento presente y constante en todos los hogares. Se trata de algo al alcance de todos los miembros de la comunidad familiar, desde los más chipilines (en el momento que empiezan a dar sus primeros pasos) hasta los mayores (quienes lo dominan con un exceso de pericia y confianza manifiestas); pero son los pequeños los que, quizás, al no ser advertidos lo suficiente y al percibirlo en todo momento como algo normal,  no saben ver la amenaza en este enemigo. 
Las comidas se hacen en el suelo, ya que poquísimas personas tienen medios suficientes como para comprar unos fogones al uso donde colocarlos en alto.

Las curas, dependiendo del grado de la quemadura, son dolorosísimas, curando finalmente a merced del destino. Si tienen dinero para pagar unos antibióticos, (cosa que ocurre muy raramente), puede, que a trancas y barrancas evolucionen y que cicatricen algún día; si se complican por carencia de medicamentos, que es lo más común, se verán en una espiral de sufrimiento  en donde el final casi siempre es de efectos letales. 


En éste país no existen medios materiales para un tratamiento local, como ungüentos, cremas antibióticas específicas, compresas, Suero fisiológico. No disponen de lo mínimo necesario, tan solo de pomadas para quemaduras superficiales  de primer grado. 
La industria farmacéutica, carece, por lo general, de los medicamentos precisos, los hospitales no disponen de  medios, pero tampoco cuentan con la suficiente o mínima ayuda de otros países para poder hacer frente a esta casuística que está a la orden del día. 

También bajo el mango, se ven pasar hombres jóvenes y de mediana edad, tullidos, en sillas de ruedas, o andando a rastras con movimientos contorsionados, ayudándose, para lograr un equilibrio, siempre inestable, de todos los puntos de apoyo posibles: manos, brazos y piernas; avanzando muy poco a poco y llevándolo a cabo con muchísima dificultad pero con el dominio y adiestramiento que les ha procurado el tiempo. Se trata de personas que en su infancia no fueron vacunadas, o que sufrieron algún tipo de enfermedad degenerativa (sin tratamiento alguno), que les segó su proceso vital en todas sus fases y los castró para siempre de la posibilidad de llevar una vida normal.


Actualmente el Ministerio de Sanidad lleva a cabo unos programas exhaustivos de vacunaciones, pero la población está muy diseminada, y resulta casi imposible conseguir un porcentaje de vacunación que garantice una cobertura porcentual aconsejada por la OMS. En este caso faltan medios humanos.


....y no sé porqué te cuento esto, aún a sabiendas de que no existe solución alguna; pero nunca te dije que la sombra del mango fuera dulce, ni de mi alegre ignorancia sobre los recuerdos en ocasiones dormidos, ni de la insistente urgencia de estos cuando despiertan y se hacen grandes, casi tanto como las diferencias que se perciben desde esta otra orilla. 



2 comentarios:

  1. ¡Uff! Al leer esto, se me caen encima todos los palos del sombrajo. Busco pretextos como lo poco que puedo hacer... para continuar con mi rutina. Mi concienta dormida, parece que despierta tras la lectura deeste post. Algo tengo que hacer. Las palabras son huecas si no van acompañadas de actos acordes. Gracias Cari por despertar mi conciencia.

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  2. Es tremendo, Cari, al no estar viviendo esta situación, a sabiendas de que existe, nos olvidamos o mejor queremos no pensar en ello. Efectivamente hay que despertar la conciencia y actuar y buscar cómo puedo yo ayudar.

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